miércoles, 17 de septiembre de 2014

MITOS Y LEYENDAS


LA MADREMONTE



Los campesinos cuentan que cuando la Madremonte se baña en las cabeceras de los ríos, éstos se enturbian y se desbordan, causan inundaciones, borrascas fuertes, que ocasionan daños espantosos.
Castiga a los que invaden sus terrenos y pelea por los linderos; a los perjuros, a los perversos, a los esposos infieles y a los vagabundos.
Maldice con plagas a los ganados de los propietarios que usurpan terrenos ajenos o cortan los alambrados de los colindantes.  A los que andan en malos pasos, les hace ver una montaña inasequible e impenetrable, o una maraña de juncos o de arbustos difíciles de dar paso, borrándoles el camino y sintiendo un mareo del que no se despiertan sino después de unas horas, convenciéndose de no haber sido más que una alucinación, una vez que el  camino que han trasegado ha sido el mismo. 





POESÍA DE RAFAEL POMBO



LA MARIPOSA


Mariposa, 
Vagarosa 
Rica en tinte y en donaire 
¿qué haces tú de rosa en rosa? 
¿de qué vives en el aire?

Yo, de flores 
Y de olores, 
Y de espumas de la fuente, 
Y del sol resplandeciente 
Que me viste de colores

¿Me regalas tus dos alas? 
¡son tan lindas! ¡te las pido! 
deja que orne mi vestido 
con la pompa de tus galas


Tú, niñito 
tan bonito, 
tú que tienes tanto traje, 
¿Por qué quieres un ropaje 
que me ha dado Dios bendito?

¿De qué alitas 
necesitas 
si no vuelas cual yo vuelo? 
¿qué me resta bajo el cielo 
si mi todo me lo quitas?


Días sin cuento 
De contento 
El Señor a ti me envía; 
Mas mi vida es un solo día, 
No me lo hagas de tormento


¿Te divierte 
dar la muerte 
a una pobre mariposa? 
¡ay¡ quizás sobre una rosa 
Me hallarás muy pronto inerte.


Oyó el niño 
Con cariño 
Esta queja de amargura, 
Y una gota de miel pura 
Le ofreció con dulce guiño 


Ella, ansiosa, 
Vuela y posa 
En su palma sonrosada, 
Y allí mismo, ya saciada, 
Y de gozo temblorosa, 
Expiró la mariposa.

RETAHÍLAS




LA PLAZA DE PAMPLONA
En Pamplona hay una plaza,
En la plaza, una esquina,
En la esquina, una casa,
En la casa, una sala,
En la casa, una sala,
En la sala, una mesa,
En la mesa, una jaula,
En la jaula, un loro,
En el loro, una pata,
En la pata, ...un hilo.
El hilo en la pata,
La pata en el loro,
El loro en la jaula,
La jaula en la mesa,
La mesa en la sala,
La sala en la casa,
La casa en la esquina,
La esquina en la plaza,

Y la plaza en Pamplona.



DON PEPITO
Don Pepito, el verdulero,
se metió en un sombrero.
El sombrero era de paja,
se metió en una caja.
La caja era de cartón,
se metió en un balón.
El balón era muy fino,
se metió en un pepino.
El peino maduró
y don Pepito se escapó.




CABALLITO BLANCO

Caballito blanco
llévame de aquí,
llévame hasta el pueblo
donde nací.

Tengo, tengo, tengo
tú no tienes nada.
Tres ovejas en una cabaña.
Una me da leche,
otra me da lana
otra mantequilla para la semana



DON FEDERICO
Don Federico perdió su cartera
para casarse con una costurera.
La costurera perdió su dedal
para casarse con un general.
El general perdió su espada
para casarse con una bella dama.
La bella dama perdió su abanico
para casarse con don Federico.
Don Federico dijo que no
la bella dama se desmayó.
Al día siguiente se despertó

y Don Federico se enamoró.


lunes, 15 de septiembre de 2014

ENTRETENIMIENTO: SOPA DE LETRAS


Busca en la siguiente  sopa de letras palabras relacionadas con el cuento: El gato con botas de Charles Perrault





EL GATO CON BOTAS


El gato con botas


Había una vez un molinero que tenía tres hijos. A su muerte les dejó, por toda herencia, un molino, un asno y un gato.
El reparto se hizo enseguida, sin llamar al notario ni al procurador, pues
probablemente se hubieran llevado todo el pobre patrimonio. Al hijo mayor le tocó el molino; al segundo, el asno, y al más pequeño sólo le correspondió el gato. Este último no se podía consolar de haberle tocado tan poca cosa.
-Mis hermanos -se decía- podrán ganarse la vida honradamente juntándose los dos; en cambio yo, en cuanto me haya comido el gato y me haya hecho un manguito con su piel, me moriré de hambre.
El gato, que estaba oyendo estas palabras, haciéndose el distraído, le dijo con aire serio y sosegado:

-No te aflijas en absoluto, mi amo, no tienes más que darme un saco y hacerme un par de botas para ir por los zarzales, y ya verás que tu herencia no es tan poca cosa como tú crees.
Aunque el amo del gato no hizo mucho caso al oírlo, lo había visto valerse de tantas estratagemas para cazar ratas y ratones, como cuando se colgaba por sus patas traseras o se escondía en la harina haciéndose el muerto, que no perdió la esperanza de que lo socorriera en su miseria.
En cuanto el gato tuvo lo que había solicitado, se calzó rápidamente las botas, se echó el saco al hombro, cogió los cordones con sus patas delanteras y se dirigió hacia un coto de caza en donde había muchos conejos. Puso salvado y hierbas dentro del saco, se tendió en el suelo como si estuviese muerto, y esperó que algún conejillo, poco conocedor de las tretas de este mundo, viniera a meterse en el saco para comer lo que en él había echado. Apenas se hubo recostado, cuando tuvo la primera satisfacción; un distraído conejillo entró en el
saco. El gato tiró enseguida de los cordones para atraparlo, y lo mató sin compasión.
Muy orgulloso de su presa, se dirigió hacia el palacio del Rey y pidió que lo dejaran entrar parahablar con él. Le hicieron pasar a los aposentos de Su Majestad y, después de hacer una granreverencia al Rey, le dijo:
-Majestad, aquí tenéis un conejo de campo que el señor marqués de Carabás -que es el nombre que se le ocurrió dar a su amo- me ha encargado ofreceros de su parte.
-Dile a tu amo -contestó el Rey- que se lo agradezco, y que me halaga en gran medida.
Otro día fue a esconderse en un trigal dejando también el saco abierto; en cuanto dos perdices entraron en él, tiró de los cordones y las cogió a las dos. Enseguida fue a ofrecérselas al Rey, tal como había hecho con el conejo de campo. Una vez más, el Rey se sintió halagado al recibir las
dos perdices, y ordenó que le dieran una propina.
Durante dos o tres meses el gato continuó llevando al Rey, de cuando en cuando, las piezas que cazaba y le decía que lo enviaba su amo.
Un día se enteró que el Rey iba a salir de paseo por la ribera del río con su hija, la princesa más hermosa del mundo, y le dijo a su amo:
-Si sigues mi consejo podrás hacer fortuna; no tienes más que bañarte en el río en el lugar que yo te indique y luego déjame hacer a mí.
El marqués de Carabás hizo lo que su gato le aconsejaba, sin saber con qué fines lo hacía.
Mientras se bañaba, pasó por allí el Rey, y el gato se puso a gritar con todas sus fuerzas:
-¡Socorro, socorro! ¡Que se ahoga el Marqués de Carabás!
Al oír los gritos, el Rey se asomó por la ventanilla y, reconociendo al gato que tantas piezas de caza le había llevado, ordenó a sus guardias que fueran enseguida en auxilio del Marqués de Carabás.
Mientras sacaban del río al pobre marqués, el gato se acercó a la carroza y le dijo al Rey que, mientras se bañaba su amo, habían venido unos ladrones y se habían llevado sus ropas, a pesar de que él gritó con todas sus fuerzas pidiendo ayuda; el gato las había escondido bajo una
enorme piedra. Al instante, el Rey ordenó a los encargados de su guardarropa que fueran a buscar uno de sus más hermosos trajes para el señor marqués de Carabás.
El Rey le ofreció mil muestras de amistad y, como el hermoso traje que acababan de darle realzaba su figura (pues era guapo y de buena presencia), la hija del rey lo encontró muy de su agrado, de modo que, en cuanto el marqués de Carabás le dirigió dos o tres miradas muy
respetuosas y un poco tiernas, ella se enamoró locamente de él. El rey quiso que subiera a su carroza y que los acompañara en su paseo. El gato, encantado al ver que su plan empezaba a dar resultado, se adelantó a ellos y, cuando encontró a unos campesinos que segaban un campo, les dijo:
-Buenas gentes, si no decís al rey que el campo que estáis segando pertenece al señor marqués de Carabás, seréis hechos picadillo como carne de pastel.
Al pasar por allí, el rey no dejó de preguntar a los segadores que de quién era el campo que estaban segando.
-Estos campos pertenecen al señor marqués de Carabás -respondieron todos a la vez, pues la amenaza del gato los había asustado.
El gato, que iba delante de la carroza, seguía diciendo lo mismo a todos aquellos con quienes se encontraba, por lo que el rey estaba asombrado de las grandes posesiones del marqués de
Carabás.
Finalmente el Gato con Botas llegó a un grandioso castillo, cuyo dueño era un ogro, el más rico detodo el país, ya que todas las tierras por donde el Rey había pasado dependían de aquel castillo.
El gato, que por supuesto se había informado de quién era aquel ogro y de lo que sabía hacer, pidió hablar con él para presentarle sus respetos, pues no quería pasar de largo sin haber tenido ese honor.
El ogro lo recibió tan cortésmente como puede hacerlo un ogro y lo invitó a descansar un rato.
-Me han dicho -dijo el gato- que tenéis la habilidad de poder convertiros en cualquier clase de animal, que podéis transformaros en león o en elefante, por ejemplo.
-Es cierto -dijo impulsivamente el ogro-, y os lo voy a demostrar convirtiéndome ipso facto en un león.
El gato se asustó mucho de encontrarse de pronto delante de un león y, con gran esfuerzo y dificultad, pues sus botas no valían para andar por las tejas, se encaramó al alero del tejado.
Viendo luego el gato que el ogro había tomado otra vez su aspecto normal, bajó del tejado confesando que había pasado mucho miedo.
-También me han asegurado -dijo el gato- que sois capaz de convertiros en un animal de pequeño tamaño, como una rata o un ratón, aunque debo confesaros que esto sí que me parece del todo imposible.
-¿Imposible? -replicó el ogro- Lo veréis.
Y diciendo esto se transformó en un ratón que se puso a correr por el suelo. El gato, en cuanto lo vio, se arrojó sobre él y se lo comió.
Mientras tanto el Rey, que pasó ante el hermoso castillo, decidió entrar en él. Inmediatamente el gato, que había oído el ruido de la carroza al atravesar el puente levadizo, corrió a su encuentro ysaludó al Rey:
-Sea bienvenido Vuestra Majestad al castillo del señor marqués de Carabás.
-¡Pero bueno, señor Marqués! -exclamó el Rey. ¿Este castillo también es vuestro? ¡Qué belleza de patio! Y los edificios que lo rodean son también magníficos. ¿Pasamos al interior?
El marqués de Carabás tomó de la mano a la Princesa y, siguiendo al Rey, entraron en un majestuoso salón, donde los esperaban unos exquisitos manjares que el ogro tenía preparados para obsequiar a unos amigos suyos que habían de visitarlo ese mismo día, aunque éstos no
creyeron conveniente entrar al enterarse de que el Rey se encontraba en el castillo.
El rey, al ver tantas riquezas del Marqués de Carabás, junto con sus buenas cualidades, y conociendo que su hija estaba perdidamente enamorada del marqués, decidió casar a su hija con el joven marqués, ya que a éste también se le veía beber los vientos por la Princesa.
La boda se celebró inmediatamente, convirtiéndose de este modo el hijo menor del molinero en un príncipe; y el gato, que se quedó a vivir en el palacio junto con su amo, devino un gran señor, que sólo corría ya detrás de los ratones para divertirse. Y así, todos vivieron felices el resto de sus días.
Fin

miércoles, 10 de septiembre de 2014

MADRE NIEVE: CUENTO DE LOS HERMANOS GRIMM


MADRE NIEVE

Cierta  viuda tenía dos hijas, una de ellas hermosa y diligente; la otra, fea y perezosa. Sin embargo, quería mucho más a esta segunda, porque era verdadera hija suya, y cargaba a la otra todas las faenas del hogar, haciendo de ella la cenicienta de la casa. La pobre muchacha tenía que sentarse todos los días junto a un pozo, al borde de la carretera, y estarse hilando hasta que le sangraban los dedos. Tan manchado de sangre se le puso un día el huso, que la muchacha quiso lavarlo en el pozo, y he aquí que se le escapó de la mano y le cayó al fondo. Llorando, se fue a contar lo ocurrido a su madrastra, y ésta, que era muy dura de corazón, la riñó ásperamente y le dijo: “¡Puesto que has dejado caer el huso al pozo, irás a sacarlo!” Volvió la muchacha al pozo, sin saber qué hacer, y, en su angustia, se arrojó al agua en busca del huso. Perdió el sentido, y al despertarse y volver en sí, encontróse en un bellísimo prado bañado de sol y cubierto de millares de florecillas. Caminando por él, llegó a un horno lleno de pan, el cual le gritó: “¡Sácame de aquí! ¡Sácame de aquí, que me quemo! Ya estoy bastante cocido.” Acercóse ella, y, con la pala, fue sacando las hogazas. Prosiguiendo su camino, vio un manzano cargado de manzanas, que le gritó, a su vez: “¡Sacúdeme, sacúdeme! Todas las manzanas estamos ya maduras.” Sacudiendo ella el árbol, comenzó a caer una lluvia de manzanas, hasta no quedar ninguna, y después que las hubo reunido en un montón, siguió adelante. Finalmente, llegó a una casita, a una de cuyas ventanas estaba asomada una vieja; pero como tenía los dientes muy grandes, la niña echó a correr, asustada. La vieja la llamó: “¿De qué tienes miedo, hijita? Quédate conmigo. Si quieres cuidar de mi casa, lo pasarás muy bien. Sólo tienes que poner cuidado en sacudir bien mi cama para que vuelen las plumas, pues entonces nieva en la Tierra. Yo soy la Madre Nieve.” Al oír a la vieja hablarle en tono tan cariñoso, la muchacha cobró ánimos, y, aceptando el ofrecimiento, entró a su servicio. Hacía todas las cosas a plena satisfacción de su ama, sacudiéndole vigorosamente la cama, de modo que las plumas volaban cual copos de nieve. En recompensa, disfrutaba de buena vida, no tenía que escuchar ni una palabra dura, y todos los días comía cocido y asado. Cuando ya llevaba una temporada en casa de Madre Nieve, entróle una extraña tristeza, que ni ella misma sabía explicarse, hasta que, al fin, se dio cuenta de que era nostalgia de su tierra. Aunque estuviera allí mil veces mejor que en su casa, añoraba a los suyos, y, así, un día dijo a su ama: “Siento nostalgia de casa, y aunque estoy muy bien aquí, no me siento con fuerzas para continuar; tengo que volverme a los míos.” Respondió Madre Nieve: “Me place que sientas deseos de regresar a tu casa, y, puesto que me has servido tan fielmente, yo misma te acompañaré.” Y, tomándola de la mano, la condujo hasta un gran portal. El portal estaba abierto, y, en el momento de traspasarlo la muchacha, cayóle encima una copiosísima lluvia de oro; y el oro se le quedó adherido a los vestidos, por lo que todo su cuerpo estaba cubierto del precioso metal. “Esto es para ti, en premio de la diligencia con que me has servido,” díjole Madre Nieve, al tiempo que le devolvía el huso que le había caído al pozo. Cerróse entonces el portal, y la doncella se encontró de nuevo en el mundo, no lejos de la casa de su madre. Y cuando llegó al patio, el gallo, que estaba encaramado en el pretil del pozo, gritó:
“¡Quiquiriquí,nuestra doncella de oro vuelve a estar aquí!”
Entró la muchacha, y tanto su madrastra como la hija de ésta la recibieron muy bien al ver que venía cubierta de oro.
Contóles la muchacha todo lo que le había ocurrido, y al enterarse la madrastra de cómo había adquirido tanta riqueza, quiso procurar la misma fortuna a su hija, la fea y perezosa. Mandóla, pues, a hilar junto al pozo, y para que el huso se manchase de sangre, la hizo que se pinchase en un dedo y pusiera la mano en un espino. Luego arrojó el huso al pozo, y a continuación saltó ella. Llegó, como su hermanastra, al delicioso prado, y echó a andar por el mismo sendero. Al pasar junto al horno, volvió el pan a exclamar: “¡Sácame de aquí! ¡Sácame de aquí, que me quemo! Ya estoy bastante cocido.” Pero le replicó la holgazana: “¿Crees que tengo ganas de ensuciarme?” y pasó de largo. No tardó en encontrar el manzano, el cual le gritó: “¡Sacúdeme, sacúdeme! Todas las manzanas estamos ya maduras.” Replicóle ella: “¡Me guardaré muy bien! ¿Y si me cayese una en la cabeza?” y siguió adelante. Al llegar frente a la casa de Madre Nieve, no se asustó de sus dientes porque ya tenía noticia de ellos, y se quedó a su servicio. El primer día se dominó y trabajó con aplicación, obedeciendo puntualmente a su ama, pues pensaba en el oro que iba a regalarle. Pero al segundo día empezó ya a haraganear; el tercero se hizo la remolona al levantarse por la mañana, y así, cada día peor. Tampoco hacía la cama según las indicaciones de Madre Nieve, ni la sacudía de manera que volasen las plumas. Al fin, la señora se cansó y la despidió, con gran satisfacción de la holgazana, pues creía llegada la hora de la lluvia de oro. Madre Nieve la condujo también al portal; pero en vez de oro vertieron sobre ella un gran caldero de pez. “Esto es el pago de tus servicios,” le dijo su ama, cerrando el portal. Y así se presentó la perezosa en su casa, con todo el cuerpo cubierto de pez, y el gallo del pozo, al verla, se puso a gritar:
“¡Quiquiriquí, nuestra sucia doncella vuelve a estar aquí!”
La pez le quedó adherida, y en todo el resto de su vida no se la pudo quitar del cuerpo.
Colorín, colorado… este cuento se ha acabado.


DESPUÉS DE HABER LEÍDO ESTE HERMOSO CUENTO, TE INVITO A QUE JUEGUES A INVENTAR UN FINAL DIFERENTE PARA LA HISTORIA.


TRABALENGUAS ... DESTRABALENGUAS